Música y Danza
"Durante mucho tiempo, he sabido que nuestro mundo interior es el terreno en el que enraízan las semillas del arte. Sin esta semilla, en la cual está oculto el lado mágico de la vida y del cual el trabajo del arte puede nacer… no hay Arte, no hay Música".
-Thomas De Hartmann (Compositor)-
El joven Thomas de Hartmann, a la búsqueda de un maestro espiritual, se encontró con Gurdjieff en 1916 y pronto se convirtió en su discípulo. Como Gurdjieff no era un compositor de formación, de Hartmann también se convirtió en el instrumento ideal para la expresión de los pensamientos musicales de Gurdjieff. Comenzó armonizando, desarrollando y comprendiendo la música de Gurdjieff para las Danzas Sagradas o Movimientos. Unos años más tarde, de Hartmann colaboró de una manera similar en otros trabajos musicales de Gurdjieff independientes de los Movimientos. De forma asombrosa, estas piezas posteriores, muy considerables en número, fueron casi todas compuestas entre 1925 y 1927 en Fontainebleau (Francia). En 1927, este trabajo musical finaliza y Gurdjieff nunca compone otra vez.
La música de Gurdjieff/de Hartmann se diseñó para asistir a la armonización de la psique humana posibilitando una experiencia emocional de mayor grado, particularmente cuando se utiliza acompañada de los Movimientos. Para Gurdjieff, más que el valor emocional de la música, es importante que consista de vibraciones a través de las cuales ciertas leyes pueden ser estudiadas y aplicadas a toda la creación.
La música de los Movimientos tiene una relación íntima con su significado, trayendo al participante a un estado interno donde puede asumir las más grandes emanaciones. Su estructura, melodía y ritmo debe acompañar, no sólo a los movimientos externos, sino también a los impulsos internos que se desarrollan en la Danza. Si la cualidad de vibración es correcta, lo mismo se despertará en el bailarín. Sin distraerlo, lo traerá a él mismo y a su necesidad de apertura, apoyando la búsqueda que sólo puede ser comprendida a través de la experiencia.
Mientras se participa en los Movimientos, podemos experimentar el sonido de una forma totalmente nueva, como si iluminara nuestra vida interior. Aparece un equilibrio único en nosotros; la música, las posturas y nuestra aspiración interna se unifican, y pareciera que entráramos en un lugar nuevo, sin limitaciones, sin tiempo. En ese momento, experimentamos la vida de una forma que es difícil de olvidar.
Parece imposible apuntar cómo la música trabaja y qué es lo que trabaja de forma tan milagrosa, si el oyente está abierto. Una pista puede ser que cada elemento lleva una intención. A veces, la música cambia marcadamente de un momento a otro como si su compositor estuviera teniendo nuevos pensamientos, nuevas ideas. Esta música es como un discurso inteligente tejido de oraciones. Nos puede hacer recordar otro mundo ya olvidado, antiguo porque está en nuestras raíces.
La visión de Gurdjieff acerca de la música y, por ende, acerca del arte en general, es consecuencia de su diferenciación entre lo que él denomina arte objetivo y arte subjetivo. Él dice que la mayoría de la música que conocemos es subjetiva. Sólo la música objetiva está basada en un conocimiento exacto de las leyes matemáticas que gobiernan la vibración de los sonidos y la relación de los tonos.
En algunos casos, la configuración particular de los sonidos evocará una respuesta en la psique humana en la que la relación de los tonos y sus cualidades sónicas serán traducidas en alguna forma de experiencia interior. Este fenómeno parece estar basado en una precisa relación matemática entre las propiedades del sonido y algún aspecto de nuestro aparato receptivo.
Es difícil hablar de la respuesta a lo que podría ser considerado arte objetivo. Podría parecer trascender el proceso ordinario de asociaciones que todos experimentamos cotidianamente. En la mayoría de la música que conocemos, por lo menos dentro de la experiencia común de una cultura concreta, ciertas progresiones y cualidades de tonos, así como sus combinaciones y espacios en el tiempo, evocarán en el oyente sensaciones particulares y emociones que son compartidas en común con otros. Este fenómeno es tan innegable como aparentemente inexplicable. Debe de resultar de una resonancia activada dentro del oyente que puede, además, desencadenar asociaciones con experiencias pasadas, incluso cuando la conexión entre el sonido y la memoria es desconocida. En la mayoría del arte, este poder de vibración es utilizado sólo con un conocimiento parcial del proceso y sus consecuencias. Limitado por su consciencia subjetiva, lo que el artista transmite sólo puede producir una respuesta igualmente subjetiva.
Es por lo tanto argumentación de Gurdjieff que los resultados de esta expresión subjetiva son accidentales y que incluso produce efectos opuestos en personas diferentes. Él afirma que "no puede haber arte creativo inconsciente".
Por el contrario, la música objetiva está basada en un conocimiento de las matemáticas preciso y completo determinado por las leyes vibratorias y que, por lo tanto, producirá un resultado en el oyente específico y predecible. Gurdjieff da como ejemplo a una persona no religiosa que llega a un monasterio. Escuchando la música que se toca allí, la persona siente el deseo de orar. En este ejemplo, la capacidad de llevar a alguien a un estado interior más elevado es una de las propiedades del arte objetivo. El efecto, dependiendo de la persona, difiere sólo en el grado.
Entonces, lo que es importante en la música objetiva es la exactitud de su intención y el dominio del medio para realizar esa intención. De acuerdo a Gurdjieff, en la antigüedad todas las artes estaban relacionadas con las leyes de las matemáticas, y servían como receptáculos de un conocimiento superior acerca del ser humano y del cosmos, codificado en diferentes formas, preservado así de distorsiones posteriores. Incluso si el significado interno fuera olvidado, el "texto" o esencia permanecería intacta esperando ser re-descubierta.
Esta visión del arte se refleja en la parte cosmológica de la enseñanza de Gurdjieff y especialmente en el uso de la escala musical como modelo del Universo, reflejando las dos grandes leyes que gobiernan todos los procesos cósmicos. La música es vista como un microcosmos, expresando en la escala de sonido perceptible por el oído humano, las mismas dinámicas comprendidas en todos los movimientos cósmicos.
Así, la Ley de Tres, que son las fuerzas positiva, negativa y reconciliadora, resuena en las estructuras triádicas de la música, en la que las combinaciones de tres tonos constantemente dan nacimiento a nuevas combinaciones con ciertos tonos en común. Además, la Ley de Siete, manifestándose en una cadena de octavas que se estiran como una escalera cósmica que desciende desde la fuente última de la Creación a través de cada vez más órdenes de ser, presenta la forma específica de la escala mayor en la música, que es una sucesión de tonos y semitonos. Los semitonos forman los "intervalos" que bloquean o desvían la progresión de cualquier proceso y que requieren de nuevas fuentes de energía para ser enlazados, permitiendo así que continúe el movimiento evolutivo. La sutil vibración del campo energético que existe entre mi y fa y entre si y do es palpable para cualquier músico sensible.
De esta forma, parece claro que en la visión de Gurdjieff, el mero disfrute de agradables sonidos musicales no se aproxima ni remotamente a la función fundamental de la música como ciencia ni como arte, ni como cierto diagrama de conocimiento superior, ni como un posible alimento para el crecimiento y evolución humana. Principalmente, es en Oriente que Gurdjieff descubrió el arte cumpliendo este original y sagrado propósito, la encarnación de la verdad. El antiguo arte oriental podía ser leído como una escritura. No era para agradar o desagradar sino para comprender, dice Gurdjieff.